Una obra olfativa que se creó en un viaje real e imaginario entre Praga y París. El perfume dibuja un contraste entre la dinámica de la ciudad, donde el día ya pertenece al mañana, y el espacio de la antigua iglesia, bajo cuyas bóvedas se ha detenido el tiempo. El contraste de dos momentos que se pueden conectar en un momento. El momento de hacerse presente. El primer toque pertenece a la rara mandarina de Madagascar y al neroli egipcio, que simbolizan la luz. La apertura cítrico-floral es elegantemente ácida, limpia y única. Poco a poco se convierte en un aroma espiritual de incienso y cedro, que se complementa con jazmín en el corazón. Un acorde de resina de opoponax junto con aceite de pachulí cierra la base del perfume con un clásico acento balsámico y refrescante, una expresión de oscuridad que nos deja ver la luz.